Me he liado de nuevo la manta a la cabeza.
Hacía años que no lo hacía.
He vuelto a esnifar sus vapores, sentir su cremosidad, emocionarme como una cría colocándolo todo. Transformando, envolviéndome en ella, estirando, dejándome llevar por la música de los Yeah, Yeah, Yeahs que estos días me acompañan a todas horas.
Y he vuelto a cagarme en todo, en la cinta de carrocero que cuesta un huevo colocar recta, en los churretones que se escapan y salpican mi cara como la sangre de una victima en mis manos, en los tropezones con los plásticos, en agarrarme donde puedo para no caer de la escalera, en quedarme sin pintura y acabar riéndome de mi misma ante tal desastre en medio de la entrada.
Le he tenido que acabar pidiendo ayuda a mi chico para desmontar el radiador y entonces nos hemos cagado en todo los dos con la fuga de agua, sobretodo porque él pasaba de pintar la entrada y me advirtió de que no pensaba tocar nada...
Pero al final he acabado y he pintado una de las largas paredes de la entrada de rojo inglés, rojo sangre, como yo quería desde hace casi 5 años, y ha quedado tal y como yo lo imaginaba, genial.
Os aseguro que se me han quitado las ganas de volver a pintar ninguna pared con radiadores por muuuuuuuuuuuuuuucho tiempo…
¡Eso sí, cada vez que salgo o entro de casa se me pone una sonrisa de oreja a oreja!